Una reflexión personal sobre la homofobia, la fe y la Iglesia

Publicada el 13 de Junio del 2017

Sabemos que el sufijo fobia significa odio profundo, antipatía profunda, o a lo menos, miedo profundo. Y estos odios, antipatías, miedos, pueden llegar a ser enfermizos, totalitarios, fanáticos hasta desear -y a veces hasta llevar- al exterminio de lo odiado, de lo antipático o de lo que provoca miedo.

Y en nuestro caso: miedo, antipatía, odio, a quien no se le considera correcto en su orientación o condición sexual. Pues lo correcto sería sentirse atraído sentimental y sexualmente sólo por el sexo opuesto. Y en la realidad trans, además, debería sentirse acorde con su cuerpo. Entonces a la homosexualidad se le considera algo distinto, incorrecto, irracional, torpe, se le ridiculiza, se le trata de aberrante, desnaturalizado, degenerado, peligroso…

Como niños y niñas, adolescentes y jóvenes, escuchábamos en las conversaciones de nuestros mayores, incluso de gente que más queríamos -padres, tíos, hermanos, amigos de casa- referirse del homosexual, lesbiana o trans con desprecio, burla, rechazo, a veces con energía, rabia o agresión. Incluso de almas buenas surgía un "pobrecito/pobrecita por ser así"…

Muchos callábamos entonces. Es que nos tocaban esos comentarios: "¡hablan de mí!", "¡ah, si supieran que soy así...!", "¡qué dolor, qué vergüenza, qué disgusto le podríamos dar a la familia si se supieran lo mío!”

Desgraciadamente, a veces, como una forma de protegernos, nos uníamos a esos comentarios, mintiendo así a propósito.

De esta forma nuestras vidas padecieron sufrimiento, soledad, con lágrimas escondidas de angustia, que podían llevar a la autoeliminación, aunque al final nos sobrepusimos y comenzamos a enfrentar nuestra situación sin importarnos nada, encarando todo lo que implicaba: el dolor y la rabia de los que queríamos y aguantar el rechazo ahora concretizado, abandonando la casa paterna para vivir la vida que nos tocó.

En ese vivir la vida que nos tocó, buscando el amor en una pareja, sentimos equivocadamente que éramos personas de bajo valor, inqueribles, y con la idea de que el sexo es una atracción tan brutal que en su búsqueda nos dejaríamos llevar por él, por el sexo pasajero, promiscuo, peligroso y la consecuente soledad. Podríamos volvernos egoístas, viviendo siempre a la defensiva, hasta la transgresión social, sintiendo aún más el rechazo.

¿Qué puedo decir de aquellos hermanos y hermanas que llegaron al matrimonio creyendo que su orientación se superaría? Para algunos, llevar una vida matrimonial con este sacrificio, siendo fiel a su cónyuge e hijos, sería un auto sacrificio digno de destacar. Pero para otros hermanos y hermanas esa vida se volvió insoportable, llevando una doble vida, con riesgos y rupturas dolorosas.

¿Qué decir de nuestros hermanos y hermanas trans?

Desde pequeños han sentido que los cuerpos con los que nacieron no correspondían. El que nació con un cuerpo de hombre no lo sentía propio, pues necesita ser mujer. Y el que nació con un cuerpo femenino no lo sentía propio, pues necesita ser hombre… Esos niños y niñas a escondidas, se vestían con ropas del sexo que sienten propio para jugar y sentirse más cerca de su orientación sexual verdadera. Lo hicieron a escondidas porque también escucharon a sus mayores referirse con desprecio por los que son distintos en el ámbito sexual. Esos heterosexuales mayores en su desconocimiento, involucran a todo aquel que no es como ellos.

¿Y cuando la fe llegó a nuestras vidas?

Nos cobijamos en ella descubriendo la oración, el consuelo, la fortaleza, la esperanza. Y cuando descubrimos el mismo rechazo en nuestras iglesias cristinas, pero ahora en nombre de Dios, nuestras oraciones fueron para pedirle que nos liberara de este “pecado”. Muchos nos vimos obligados a abandonar nuestra iglesia, con un nudo en la garganta, conscientes de que no podíamos estar ahí pues nuestra sola presencia significaba mentir a nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Con todo, dentro o fuera de la Iglesia, el Señor se nos hace presente con Su Verdad, con Su Enorme Verdad, con Su Evangelio, Su Buena Noticia: somos amados por Dios, somos sus hijos e hijas, tan amados y amadas por Él de la misma manera como ama a nuestros hermanos y hermanas heterosexuales.

Nos ama con un Amor Total e Incondicional. Y nos invita a hacer lo mismo: amar con ese mismo amor, como Él, a todos y todas sin excepción alguna. Y en el colmo de Su Amor, nos dice que cada vez que amemos así a nuestros semejantes, a Él lo estaremos amando.

En ese mismo sentido, Él aborrece las faltas al amor que cometemos. Pero al ser humano, independiente de esas faltas, jamás deja de amar. Así hemos de amar también.

Ante esta verdad que llega a nuestra vida queremos seguir o retornar a nuestra Iglesia para ponernos al servicio de la Causa del Señor Jesús: propagar Su Amor, proclamar Jesús Es Camino, Verdad y Vida…

Que quede claro. Amar así, a todos y todas por igual, sin excepción, significa AMARME de esta manera a mí mismo o a mí misma; y así también a todos quienes nos hacen daño, a quienes nos tratan mal, a quienes nos desprecian, a quienes se burlan de nosotros.

Conocer esta verdad, que Dios nos ama, significa para quienes hemos llegado a esta conclusión, que nuestras vidas cobran un valor verdadero que nunca tenemos que poner en duda. Entonces, así sin temor, definitivamente, no nos sentiremos humanos de segunda, o última categoría. Somos amados y amadas, nada menos que por el Ser Supremo, que Es Todo Amor.

En este andar aún solitario, pero ya no en el desconsuelo, y sabidos amados y amadas por Dios, descubrimos a nuestra Padis+, donde hermanos y hermanas en la fe y en la condición LGTBI, y también sacerdotes y religiosas de nuestra Iglesia que, conociéndonos, nos quieren abrir sus brazos incondicionales, sintiendo aún más el Amor de Dios.

Juan D.